Otro texto del Cronista de Guardia de la sección cultural de El Universal (Junio 18 de 1994)
Para una nueva de ahora
Se despertó temprano. Apenas si durmió un rato. Fue al baño
y probó el agua fría. Al principio fue difícil, después el agua recorrió su
cuerpo. Estaba nervioso, era su primer día de trabajo. La noche anterior su
madre le había puesto la bastilla al pantalón del uniforme nuevo. Lo cargó en su
mochila y marchó presuroso rumbo a la Industrial Vallejo. Esperó el autobús un
buen rato. Faltaban diez minutos para las siete de la mañana cuando recibió una
tarjeta con su nombre que debía checar en el reloj.
Le asignaron un casillero. Miró que
lo veían sus nuevos compañeros. Entró a la planta. Parecía un hermoso escenario
teatral, lleno de un gran colorido. Pastillas amarillas, blancas y rojas.
Máquinas pintadas de verde pistache. Hombres y mujeres vestidos de diversos
colores. Los mecánicos de azul marino, los obreros de blanco, los supervisores
de azul cielo, gris los de intendencia. A los pocos minutos el silencio fue
cediendo su lugar a un sonido que nunca olvidaría: chacapum, chacapum. El supervisor le ordenó sentarse en
una banca desde donde debía mirar que las etiquetas llevaran correctamente la
marca y el sabor de producto.
Apenas había transcurrido media hora
cuando tuvo deseos de orinar. Los olores de mentol y eucalipto le llenaban los
pulmones, le descubrían aromas y le irritaban los ojos. La vejiga le reventaba
tiempo después. No podía preguntar a nadie pues estaba aislado de todos. Ni
siquiera lograba percibir más allá de las decenas de cajas que pasaban ante sus
ojos. Una y otra vez miraba la marca, veía el color que pasaba, cada
determinado tiempo, de un color, de un sabor a otro, mientras en su cerebro se
mezclaba el sonido permanente.
Chacapum, chacapum, chacapum. El aroma, el viento, los colores, la vejiga, el sueño de ir al baño,
el dolor, los ojos llorosos.
El nuevo, con su
uniforme limpio, con su timidez, con su nerviosismo cada que el supervisor le
echaba un vistazo.
La
espalda comenzó a dolerle. Al principio pensaba que era demasiado sencillo el
trabajo. La vista que ya no reconoce las letras, el movimiento incesante, la
vejiga, otra vez.
Al medio día salió a comer. Antes,
corrió a orinar al baño y respiró al subir el cierre de su pantalón.
Vuelve al trabajo. Al encender la
máquina se llenó los dedos de grasa. Busca algo con que limpiarse y siente un
frío en el asiento. También tiene grasa. Se ha manchado el uniforme nuevo. Se
indigna, busca al supervisor y se queja:
-
¿Y qué? ¿Pensabas que te salvarías del
bautizo?
Cabizbajo vuelve a sentarse, a
esperar la hora de salida, a aguantar la vejiga. Es el nuevo.
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