Mi texto en Confabulario del 13 de agosto de 2017
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Desde sus primeros trazos en la revista Ja-já, Rius comenzó una aventura que lo llevó a romper las reglas de la censura en los medios de comunicación en México y a convertirse en uno de los cartonistas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX
POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
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Pocas veces puede afirmarse que el arte logra romper paradigmas. Adelantado a su tiempo, o con el reloj atrasado, Eduardo Humberto del Río García tuvo la osadía de socavar una figura política, todo poderosa, baluarte del sistema político mexicano: el presidencialismo.
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La historia de la caricatura mexicana se caracterizó, hasta antes de la institucionalización de la Revolución –al nacer el sistema presidencialista a partir de la fundación del Partido Nacional Revolucionario (abuelo del PRI)– por una creación llena de libertad, de crítica, de cuestionamiento, aunada a una calidad estética, digna de ser exhibida en cualquier museo del mundo. La libertad en la que trabajaron los caricaturistas liberales, juaristas, fue enorme y sumamente crítica, incluso, hasta para el propio Juárez, a pesar de simpatizar con él.
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De igual forma, el gobierno maderista tuvo la sensibilidad de respetar las atroces críticas realizadas por el grupo de caricaturistas que participó en publicaciones como Multicolor, Moheno, El hijo del Ahuizote, entre otras, revistas de gran factura, con firmas como Ernesto García Cabral o José Clemente Orozco.
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Pero la institucionalización paralizó toda crítica. Las primeras acciones de Plutarco Elías Calles, como Jefe Máximo de la revolución y creador del Partido Nacional Revolucionario (PNR, antecedente del PRI), fue la censura a la prensa, al extremo de la prohibición, por ejemplo, de una revista llamada El Turco; sus sucesores hicieron los mismo, inclusive el general Lázaro Cárdenas, quien según el guión de bueno y malos sí respetó la libertad de prensa (lo dijo Rius), aunque la realidad fue que no hubo tal respeto, ni siquiera con él.
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La prensa nacional se olvidó de la crítica política desde esos años hasta finales de los años sesenta. En el libro de Cien años de caricatura de EL UNIVERSAL, muestro que durante varias décadas toda la caricatura se deslindó de cualquier tema de índole político y, sobre todo, de la mínima crítica al presidente y hasta del mismo retrato del mandatario. (Esto, cabe mencionar, no sólo sucedió en caricatura, también editorialistas y reporteros debían tratar cuidadosamente ese tema).
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Revistas con humor y gran contenido estético, como Don Timorato, omitieron la política, presentando cuadros costumbristas de humor blanco, crítica social, grandes dibujos con chistes simplones pero nada de políticos. El presidencialismo en su máximo esplendor.
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Caricaturista de “chiripada”
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Eduardo Humberto del Río García, un jovencito formado con los salesianos, dibujaba imitando a su hermano mayor, Gustavo, quien hacía lo mismo y trabajaba como ayudante de dibujantes importantes como Juan Cigala o con los hermanos Renau, los grandes cartelistas cinematográficos.
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El azar lo llevó a los monos. Trabajaba como telefonista en una funeraria, la misma en dónde se le despidió hace unos días, y ahí se acercó, casualmente, Francisco Patiño, director de la revista Ja-já, y el joven Eduardo se lanzó al ruedo cuando ya le habían ofrecido un curso para aprender a especializarse en amortajar muertos.
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En Ja-já comenzó la historia de un personaje que habría de revolucionar el periodismo gráfico en México. Empezó a firmar como Rius para evitar que su familia se enterara que era monero. Ja-já fue una gran revista, contaba con lo mejor de la caricatura mundial y con mexicanos de buen nivel como Freyre, Huici y Almada, así como los exiliados Aragonés y Guasp.
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Dibujos simples, líneas sin mucha gracia, humor bastante simplón fue lo primero que hizo, en un país donde debía convivir con caricaturistas como Ernesto García Cabral, Andrés Audiffred, Jorge Carreño o Antonio Arias Bernal, grandes maestros del dibujo, aunque el humor no siempre era el mejor. Para suerte de Rius, Abel Quezada marcaba entonces una tendencia que rompía con el tipo de trazo del cuarteto anterior: la línea de Steinberg, el retrato hablado, el texto que decía muchas cosas.
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La osadía de Rius fue tal que cuando supo que Abel Quezada se iba de Ovaciones lo buscó para pedirle una recomendación para… sustituirlo.
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Y ese fue el jalón definitivo para empezar una larga historia de casi sesenta años de ser despedido de los periódicos una y otra y otra vez. Rius se atrevió a romper paradigmas. Sin proponérselo, empezó hacer trazos rumbo a un sendero desconocido en el país; la revolución cubana y las tendencias hacía la izquierda comunista lo fueron arrastrando a un viaje sin retorno a favor de la izquierda y en contra de la temible derecha que entonces gobernaba México.
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Mucha gente no lo sabe, pero cómicos como Palillo debían traer un amparo en la bolsa del pantalón para no ser detenido y Cri-Cri fue prohibido por la SEP. La censura era brutal en todos los ámbitos y Rius, necio, retrataba al presidente y era despedido de un diario, iba a otro y salía volando no sin antes hacer el retrato caricaturizado a Adolfo López Mateos, primero, y después a Gustavo Díaz Ordaz, dos presidentes de los cuales prácticamente no existe caricatura a pesar de que la fealdad del segundo.
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De tanto desempleo, de nuevo, iba a tirar la toalla cuando se encontró con Rafael Viadana quien le sugirió hacer historietas. Y ahí vino el inusitado éxito con Los Supermachos que, semana a semana, jugando con imágenes y situaciones aparentemente ficticias sucedidas en un pueblo llamado San Garabato, tocó puntos nodales donde, tras cada escena, desnudaba la antidemocracia, la corrupción, el poder. El país del desarrollo estabilizador, del progreso y la estabilidad era mostrado como un país autoritario donde sólo los mandones (autoridad, capital y clero, como decían los Flores Magón) estaba en ese paraíso.
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La tijera censora llegó muy pronto, el editor Colmenares, que se llenaba los bolsillos con la venta de la historieta, empezó a sufrir presiones y a rechazar o matizar opiniones hasta que la historia se rompió, preparó esquiroles para suplir a Rius y éste perdió la cabeza de la revista, pues no era tan supermacho como sus personajes, y se marchó a hacer otra revista: Los Agachados, en donde aparecieron, en los dos primeros números, los personajes de la revista original para crear después toda una mitología, bastante sorprendente y dogmática, por cierto, de nuestro origen prehispánico.
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En estas revistas, que junto con otras contemporáneas significaron la zaga y el fin de la historieta masiva, se tocaron temas inéditos en nuestra vida; la sociedad conservadora se escandalizó cuando tocó temas como la homosexualidad, el aborto, la guerra fría, el cuestionamiento a la Virgen de Guadalupe y la Revolución cubana. Rius se convirtió en una suerte de wikipedia (con la misma posibilidad de errores). Durante poco más de diez años, la estrella de Rius brilló en todos los puestos de periódicos mostrando, entre otras cosas, que la historieta podría ser pedagógica e ideologizante.
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En el inter de sendas revistas, participó en dos proyectos colectivos: la revista Por qué?, a la que Rogelio Naranjo lo invitó a participar al lado de Helioflores, AB (Emilio Abdala) y Leonardo Vadillo. Esta revista prácticamente fue el ensayo para lo que sería La Garrapata. El azote de los bueyes, en donde continuaron –salvo Leonardo Vadillo– y construyeron la gran revista de humor que hacía falta en México y de la que hoy seguimos esperando una sucesora de ese tamaño y nivel.
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El cuarteto de directores de La Garrapata volvió a desnudar al Estado represor pues desde su primer número contaron la historia de la masacre de Tlatelolco a través de una espléndida historieta dibujada por Naranjo, que tituló Krónicas de nanilko-Tatanilko. (Por cierto, Rius y AB habían publicado El año de los cocolazos en septiembre de 1968, la primera historia del movimiento estudiantil).
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1968 significó entonces el inicio del cambio en México. El sistema político estaba agotado. La caricatura, que se significa por ser el testimonio más cercano al momento en que se publica, comenzó a romper el dique de la censura que pendía de toda la prensa. Por entonces, en la misma Garrapata, el cuarteto empezó a plasmar la imagen de los presidentes, sorteando la censura.
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A pesar de que en algún momento Rius y algunos otros personajes como Carlos Fuentes, simpatizaron con Luis Echeverría Álvarez, éste fue el primer mandatario con el que comenzó la desacralización presidencial que con José López Portillo ya no tuvo miramiento alguno. Desde las páginas de EL UNIVERSAL oProceso, Helioflores y Rogelio Naranjo, junto con Rius, comenzaron a exhibir el rostro intolerante del poder.
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El presidencialismo fue minado gracias a estos y otros importantes caricaturistas que convirtieron a esos monos en seres de carne y hueso, con todas sus atrocidades y desvergüenzas. Los siguientes presidentes debieron asumir, quisieran o no, la crítica de estos moneros. Rius y sus colegas socavaron el pedestal en que se encontraban estos personajes y eso no es cualquier cosa.
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Con el ácido de su lápiz, además, ampliaron los horizontes de la libertad de expresión. No dudo que al socavar el sistema político autoritario se abrieron también los cauces a la reforma política de 1979, así como la apertura de los medios de comunicación que hubo a partir del gobierno de López Portillo.
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El monero best-seller
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En 1966 la Revolución cubana, tan cerca de nosotros, despertaba una enorme simpatía entre los jóvenes y la izquierda mexicana. Ese año, Rius escribió Cuba para principiantes, una historia que mostraba la instauración del paraíso en una isla. Fue una edición de autor, de mil ejemplares. Esta obra se convirtió en un fenómeno no sólo comercial, sino también como credo ideológico y sustento de apoyo a la propia revolución. Después fue reeditado por Ediciones de Cultura Popular, que pertenecía al Partido Comunista, y más tarde llegó a editoriales como Posada o Grijalbo, amén de ser traducido, pirateado y publicado en países como Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Japón, etc., además de convertirse “en el libro sobre Cuba más conocido y leído en el mundo”.
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En 1994, tras miles de ejemplares vendidos, Rius rectificó y mostró un rasgo poco usual en el ser humano: asumir el error de apoyar el horror castrista y publicó Lástima de Cuba. El grandioso fracaso de los hermanos Castro, por lo que fue vituperado e incluso acusado de ser agente de la CIA.
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Tras estos libros para “principiantes”, comenzó una larga lista: Marx para principiantes, Lenin para principiantes, Dominó para principiantes, etc. El primero de ellos tuvo un impacto comercial enorme, pues durante muchas décadas se convirtió en libro de texto para los estudiantes de los Colegios de Ciencias y Humanidades de la UNAM y, desde mi punto de vista, la dogmatización de sus lectores de una manera elemental, al más puro estilo de los manuales soviéticos.
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Rius tuvo el tino de escribir tres volúmenes de sus memorias: Rius para principiantes, (Grijalbo, 1994), Las glorias del tal Rius, (Grijalbo, 2004) y Mis confusiones. Memorias desmemoriadas, (Grijalbo, 2016), lo que muestra el admirable y disciplinado trabajo desarrollado durante más de medio siglo haciendo monos.
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Los otros libros publicados fueron de temas que, en su momento, abrieron nuevos senderos de discusión, como sus textos sobre el Sida, la mariguana, los toros, el vegetarianismo, las sectas, La Biblia, y un largo etcétera.
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Más de 200 libros muestran el trabajo de un hombre que hizo de la caricatura una forma de enseñanza, de concientización, de batalla por la vida. En estos días los medios de comunicación y las redes sociales se han volcado en torno a su obra, a su personalidad y a su herencia. No es para menos: Rius es uno de los personajes más importantes de nuestra segunda mitad del siglo XX y de estos años del nuevo milenio.
Su obra está regada por todas partes. Hay que volver a leer, a reír, a disfrutar y a cuestionar a un autor único, al gran maestro autodidacta que supo retratar el horror con humor, pero también con amor.
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