Caricatura de Silvia J. Medel. Del blog http://silviajmedel.blogspot.mx/2013/05/luis-de-gongora.html |
El amor es el amor.
Maravilloso, único y, a veces, doloroso y tiránico. Don Luis de Góngora (1561-1627), uno de los grandes poetas universales, escribió hace más de cuatrocientos años un poema excepcional, dolorosamente hermoso: Ciego que apuntas y atinas (Déjame en paz amor tirano)
Este romance lo escribió Góngora a los 19 años y son un verdadero prodigio, lleno de códigos y metáforas. Lean y aprecien una obra escrita hace tantos siglos y que sigue tan vigente.
Después, pueden escuchar una versión de Paco Ibáñez que puso música hace medio siglo y que nos acercó a la poesía española del siglo de oro y que en estos tiempos de violencia y de analfabetismo bien valdría leer una y otra vez.
Ciego que apuntas y atinas
Ciego que apuntas y
atinas,
caduco dios, y rapaz,
vendado que me has vendido,
y niño mayor de edad:
por el alma de tu madre
que murió, siendo inmortal,
de envidia de mi señora
que no me persigas más.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Baste el tiempo mal gastado
que he seguido, a mi pesar
tus inquïetas banderas,
forajido capitán.
Perdóname, Amor, aquí,
pues yo te perdono allá
cuatro escudos de paciencia,
diez de ventaja en amar.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Amadores desdichados,
que seguís milicia tal,
decidme, ¿qué buena guía
podéis de un ciego sacar?
De un pájaro ¿qué firmeza?
¿Qué esperanza de un rapaz?
¿Qué galardón de un desnudo?
De un tirano, ¿qué piedad?
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Diez años desperdicié,
los mejores de mi edad,
en ser labrador de Amor
a costa de mi caudal.
Como aré y sembré, cogí;
aré un alterado mar,
sembré una estéril arena,
cogí vergüenza y afán.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Una torre fabriqué
del viento en la raridad,
mayor que la de Nembrot,
y de confusión igual.
Gloria llamaba a la pena,
a la cárcel, libertad,
miel dulce al amargo acíbar,
principio al fin, bien al mal.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Paco Ibáñez en el Olimpya de París, en 1968