La historia de la pintura
está fincada en movimientos aleatorios, en oleajes de movimiento perpetuo:
vienen y van, en un zigzag que permite visualizar la vida tal cual, con su
grandeza y con su miseria, con su cielo y con su infierno.
La
vida es así, pero hace muchos siglos la Iglesia católica inventó un concepto
maravilloso que, por cierto, hace poco tiempo, negó: el limbo. "Como los
niños del limbo, sin pena y sin gloria", solía decirse para referirse a
esa oscura forma de vida donde la nada era la característica.
Manuel
Ahumada, que en veinte días más cumpliría 58 años, inventó una historieta
llamada así: La vida en el limbo, donde a través de un punto se extendía al
universo, donde un punto era capaz de crear un cosmos, un firmamento, una vida
más allá de la vida, más allá de la gloria, más allá del infierno.
Caricaturista
de profesión, pues de eso vivió los últimos treinta años, Ahumada fue un
artista cuya formación estética lo llevó, con mucho, a rebasar la caricatura
como tal, es decir, la transformación del hombre en mono y, en cambio, fue un
historietista y, sobre todo, un pintor cuyas influencias, tanto del
medievalismo del Bosco y el barroco de Rembrandt como de las vanguardias, lo
hicieron diferente al resto de su gremio.
Lo
onírico, el surrealismo, está presente en toda su obra. En cada uno de sus
miles de dibujos, que comienzan con un punto que se fuga que se rebela a ser
punto, Manuel Ahumada muestra su mundo, nuestro mundo, la divagación de lo que
somos, y afirma una verdad de siglos: "Solo venimos a soñar, no es verdad
que venimos a vivir en la tierra".
Formado
académicamente como ingeniero agrícola, pronto se dio cuenta que los sembradíos
no eran asunto suyo o que amaba tanto la tierra que tenía que dejarla para no
hacerle daño, y se dedicó al cielo, pero como para llegar al cielo se necesita
una escalera grande y otra chiquita, simplemente se fue a las azoteas desde
donde oteaba el mundo de abajo, el mundo chiquito que en sus sueños y en sus
dibujos, crecía hasta convertirse en parte sustancial del universo. Esos
colores tenebrosos, los trazos, las rayas y el impeler puntos para encontrar la
oscuridad lo condujeron a un tenebrismo contemporáneo, a sustituir toda la gama
de colores por esos claroscuros que permitían, con mucho, entender nuestro
lustre.
Personajes
como Chimino, emergían semana a semana en elmásomenos,
suplemento del unomásuno, o la
infinidad de personajes como los astronautas, ángeles, fantasmas, sueños en sus
historietas: La vida en el limbo, Desde el más acá, Historias de
papel, etcétera.
Desde
uno de los barrios tradicionales de la ciudad de México, la colonia Narvarte,
Ahumada nos compartió sus sueños y lo absurdo mismo de la vida.
Al
escribir sobre lo vanguardista de su obra tengo siempre presente lo absurdo, lo
geométrico, lo onírico, lo antiguo revisado, reaprehendido con una mirada
nueva. Ese punto de partida a través del negro solía estremecer a quien lo
mira.
En
agosto de 2000, Ahumada fue satanizado y su obra censurada (y destruida) por un
par de cristeros, envalentonados por el reciente triunfo electoral de Vicente
Fox. La Patrona fue el título del dibujo a lápiz de un indígena con
un ayate donde aparecía Marylin Monroe. Como sucede con la censura, la obra se
ha reproducido y multiplicado como ningún otro de sus trabajos.
La
obra de Ahumada continúa una tradición de caricaturista de vanguardia como
Marius de Zayas, Miguel Covarrubias, Alfredo Zalce, Ernesto Guasp, Helioflores
o Rogelio Naranjo, cuyas propuestas visuales trascienden la crítica política,
pues en ellos se manifiesta una preocupación estética.
Su
actividad en la prensa, durante casi treinta y cinco años, generó un largo
recorrido que va desde Melodía,
en sus orígenes, y su discreto paso por La Garrapata, en su tercera época, hasta La Jornada, sin omitir el primer unomásuno.
Recorrió
los últimos suplementos humorísticos que han existido en México: Másomenos, El tataranieto del Ahuizote, El
Manojo y El papá del
Ahuizote. Ilustró portadas de discos, de revistas, de libros; obtuvo
diversos premios, como el segundo lugar en el Salón de la Historieta de
Montreal, en 1991; un año después conquistó el primer premio en el Concurso
Internacional de Dibujo, también en Montreal.
Ahumada pintó su raya desde la
tierra al cielo, la fue creando a través de pequeños puntos que, unidos, se
convirtieron en una suerte de grandes lápidas para cubrir, y encubrir, un mundo
difícil, un universo en crisis, una ciudad odiada y amada al mismo tiempo.
Pintor, poeta de la imagen, creador de nuevas formas, formó parte de la última
gran generación de caricaturistas mexicanos. Ahumada se ha ido con sus ángeles
medievales, prepostmodernos.
Su vida no ha caído en el limbo, sólo
dio un salto a la eternidad pues su obra queda como un legado, como una muestra
de lo nuestro, de nuestros sueños; cada vez que nos asomamos a sus trazos, por
ventanas, rendijas y azoteas podemos mirar el cielo, el universo, el sinfín, la
nada y el todo.