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martes, 3 de junio de 2014

Poemínimo: Lilia Prado

En unos días más, el 18 de junio,  Efraín Huerta cumple 100 años de haber llegado a este mundo y, con su poesía, permanecer siempre.
      Sea este un homenaje diario 



Lilia Prado. "Soy la mujer más feliz de mi vida"





lunes, 2 de junio de 2014

Canción, de Efraín Huerta

En unos días más, el 18 de junio,  Efraín Huerta cumple 100 años de haber llegado a este mundo y, con su poesía, permanecer siempre.
      Sea este un homenaje diario 


CANCIÓN


La luna tiene su casa
Pero no la tiene
la niña negra
la niña negra de Alabama

La niña negra sonríe
y su sonrisa
brilla como si fuera
la cuchara de plata
de los pobres

La luna tiene su casa
Pero la niña negra no tiene casa
la niña negra
la niña negra de Alabama


Tarjeta de presentación del taller de Trinidad Pedroza, donde trabajó Posada.

José Guadalupe Posada nace el 2 de febrero de 1852 en el barrio de San Marcos; a los 19 años ya es un caricaturista que publica profesionalmente en el periódico El Jicote, en 1871. A finales de ese año muere su padre y coincide en el hecho de que su maestro Trinidad Pedroza se vaya a la vecina y prospera ciudad de León para abrir una imprenta. El joven Posada marcha con él y ahí permaneció hasta 1888, que se marcha a la ciudad de México.

Esto que verá ahora es una verdadera joya: la tarjeta de presentación del taller de Trinidad Pedroza, en León. Seguramente fue hecha por Posada. La fecha: 15 de mayo de 1872.

La vida es como el metro. Los invidentes


En San Antonio Abad sube una pareja.
       Ambos tendrán unos treinta años. Él toca la guitarra y ella canta llevando en brazos a una niña de cinco o seis años, con los ojos muy abiertos, como queriendo diferenciarse de su madre, a quien no se le notas sus canicas.
         A la pareja no le va mal. Han recogido, en tres minutos, unos veinte pesos. Cantan un bolero "Ay amor ya no me quieras tanto". Y la niña los acompaña con el coro: "anto, anto", alcanzo a escuchar el susurro, cuando pasa a mi lado y me sonríe abriendo más los ojos y, coqueta, me cierra uno.
“Escucharon el tercer movimiento, allegro ma non troppo, del concierto para flauta y orquesta de Héctor Berlioz”. Mientras observo el Viaducto atascado, imagino estar en una sala de conciertos. El hombre

tiene muchos años con su flauta y siempre interpreta a los clásicos. Andará por los treinta y sabe que su melodía, si corta, doblemente buena. Usa anteojos oscuros que no permiten mirar sus ojos. Toca bien y no le va mal. Su anotación acerca de la pieza, aunque bastante apantalladora, es siempre la misma.
En Sevilla arriba un trío de invidentes, con melódica, guitarra y un vaso de plástico como maraca. Muñequita de Squal, de Luis Arcaráz. El grupo va juntito, tomando una mano al hombro del otro, como los elefantitos de circo; el tercero porta un vaso color naranja y pide dinero que nadie da pues en la otra estación ya se llevaron la lana unos seudocampesinos indígenas de antorcha campesina.
En el metro Revolución se sientan dos mujeres que he visto crecer, pues llevan muchos años allí. Parece que nunca se han movido de ese sitio. Ambas son invidentes y muestran sus ojos, desgarradora y terriblemente. Ahora están a punto de reventar pues han engordado una barbaridad. Ellas sólo están sentadas, no cantan, no hacen otra cosa que poner su manita y recibir las monedas que van cayendo, una tras otra, a lo largo de la tarde, quizá ello explique su gordura.
Su rutina empieza en la estación General Anaya. Sube con un aparato híbrido, entre flauta y acordeón; tomándola con una mano y, con la otra, su bastón color aluminio. Siempre toca lo mismo: El día que llegaron las lluvias, El amor es gris y otras de Paul Muriat. Es joven, no explica nada y recibe con gusto el pago a su música fresa.
Otro es el dueto-metro. Ella parece Chelo Silva, al menos canta el mismo tipo de canciones: "ahí te dejo un cheque en blanco en donde dice desprecio, ese tiene que ser tu precio". Él, mayor que la mujer, tendrá cincuenta, ella frisará en los treinta; con su guitarra en la mano y armónica en la boca, lo imagino como el ciego de Los olvidados, la excelente película de Buñuel. Ella canta con su rebozo a cuestas.

En Villa de Cortes, sube al vagón un ciego joven, más o menos bien vestido, con zapatos boleados; al contrario de muchos otros, éste ni canta ni baila ni recita. Lo único que hace, es pedir unas monedas en el nombre de Dios. Porta un botecito, taza, amarillo de plástico. Se acerca a cada pasajero, le pide, más bien, le exige, lo presiona y le golpea suavemente con su bastón; cuando recibe la moneda, se sigue sobre otro pasajero y cuando ya obtuvo, supongo, la cuota por vagón, se sigue de frente, rumbo a la puerta más próxima. En cuanto sale de esa unidad, rescata las monedas del vaso amarillo: las de a peso, dos o cinco pesos, las echa a una bolsa de mezclilla, mientras que las de cincuenta centavos, las arroja al suelo, quedan en el piso y ahí permanecen hasta que otro, más pobre que el ciego moderno, las recoge.

Posada y la Biblioteca del niño mexicano

 Este es el inicio del artículo que publiqué en la revista Relatos e historias de México, en junio de 2011. Si quieren leerlo completo dejen su petición acá abajo. Después de la sexta, publicaré la segunda parte.






domingo, 1 de junio de 2014

Posada y la ilustración



Posada ilustró cajetillas de cigarros, cerillos, puros y una infinidad de productos más. 

Sus etiquetas  son maravillosas. Los diseñadores han utilizado su obra de una manera hermosa. 

Vean una campaña contra el tabaco de 1980, esta mañana que conmemoramos el Día Mundial de no Fumar

sábado, 31 de mayo de 2014

El verdadero nombre de la Catrina



El verdadero nombre de La Catrina y otros misterios de Posada

Escrito por  
    La vida del caricaturista e ilustrador mexicano más afamado de finales del Siglo XIX y principios del XX, José Guadalupe Posada, está construida a base de historias de las que poco se puede comprobar
A finales de siglo XIX, México vivió un momento de sumo esplendor en el ámbito de las bellas artes, sobre todo en la pintura, escultura y arquitectura, que en la actualidad podemos apreciar en decenas de monumentos arquitectónicos que engalanan distintas ciudades del país.

En los primeros años del tercer milenio, dichas expresiones artísticas sufrieron un cambio radical, pues dejaron de ser simples expresiones de estética y belleza, para convertirse en un vehículo de denuncia social, basada en una práctica indígena que tuvo gran auge con artistas como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros: la pintura mural.

Junto con la figura de los muralistas, surgió otro artista enigmático y que ha sorprendido con su obra, tanto a propios como extraños, de la cultura mexicana y que cada noviembre sale a relucir. Nos referimos a José Guadalupe Posada.

José Guadalupe Posada fue un pintor, ilustrador y caricaturista mexicano, nacido el 2 de febrero de 1852, en la ciudad de Aguascalientes. Desde niño mostró habilidades en el dibujo, por lo que ingresó a la Academia Municipal de Dibujo de su estado. Con 16 años de edad, se convirtió en ayudante y aprendiz de Trinidad Pedroza, uno de los litografistas más destacados de la época.


En un principio, Posada se dedicó a hacer caricatura política; colaboró con diversos medios impresos de la época, algunos famosos tales como "El Jicote", que fue el periódico encargado de publicar sus primeras viñetas y difundirlas a todo el público mexicano, cuando contaba con tan sólo 19 años.

Durante un tiempo vivió en León, en donde se desempeñó como docente en la Escuela Preparatoria de la ciudad guanajuatense; posteriormente se mudó a la Ciudad de México, en donde trabajó en distintas editoriales, quedando plasmados sus grabados en varios periódicos de aquella época.

Gracias a esto, su nombre saltó rápidamente a la fama, la cual creció aún más, cuando realizó un trabajo de crítica social y retrató con exactitud las creencias y forma de vivir de la sociedad mexicana, con un sentido del humor y lleno de sátiras.

La obra de Posada es bastante extensa; podemos encontrar caricaturas políticas, de escenas cotidianas, pero la más famosa y la que cada 2 de noviembre es recordada, son las famosas calaveras; las cuales se han convertido en todo un ícono de la cultura nacional.


El mismo diego Rivera alguna vez dijo que este hombre era "el prototipo del artista del pueblo" e incluso, se le considera como el precursor del movimiento nacionalista en las artes plásticas por el resto de los pintores más importantes de la época revolucionaria.

Falleció en el Distrito Federal el 20 de enero de 1913, increíblemente en la pobreza, solo, rodeado de misticismo, a tal grado que fue sepultado en una fosa común, de la cual se desconoce su paradero, ya que nadie reclamó sus restos.

Agustín Sánchez González es un famoso historiador mexicano, especializado, precisamente, en la caricatura que ha sido parte de nuestra historia, siendo el personaje de José Guadalupe Posada, uno de los hombres que más le ha llamado la atención y al cual, le ha dedicado varios años de investigación.



Sánchez González publicó en 2008, el libro titulado "Posada", en donde tras un arduo trabajo, echa por tierra varias cosas que se daban por aceptadas en la vida del grabador e ilustrado, siendo los más dogmáticos los que rechazan toda la información contenida en este texto.
Según informador.com.mx, así como agusanvh.blogspot.com, estos son algunos de los mitos que rodean la vida, obra y muerte de José Guadalupe Posada, el mejor caricaturista mexicano.

Porfirista y conservador. Según Rafael Barajas, mejor conocido como "El Fisgón", señala que el artista le era leal a Porfirio Díaz, y que creía y practicaba fervientemente sus ideas. Sánchez González no cree en dicha afirmación, pues aunque Posada haya sido un reacio defensor del modernismo, siempre criticó la desigualdad e injusticia social derivada del gobierno porfirista.


El verdadero nombre de "La Catrina". Quizá esta sea la obra más popular y conocida por todos los mexicanos y con la que a Posada se le relaciona en el extranjero. El historiador descubrió que dicha caricatura originalmente fue titulada como "La Calavera Garbancera" y que fue Diego Rivera, quien finalmente le llamara "La Catrina", tras haber inmortalizado dicha imagen en su mural llamado "Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central".






No tenía preferencias políticas. Resulta ser que un grabador de nombre Leopoldo Méndez, publicó en 1892 un dibujo sobre la represión porfirista, en donde retrata a Posada al lado de los hermanos Flores Magón, lo que generó que al ilustrador se le señalará como un anarquista radical. En realidad, jamás conoció ni coincidió con estos personajes de la Revolución y siempre se mantuvo en el centro, tratando de retratar la vida de las personas.

La muerte relacionada con nuestras raíces indígenas. Se cree que su obsesión con el tema de la muerte, se debe a que desde pequeño estuvo en contacto con ella. Primero, su casa en Aguascalientes se encontraba frente a un panteón, vivió de cerca una epidemia de cólera que cobró la vida de decenas de personas, fue testigo de cuando los bandidos asaltaron su ciudad natal, fusilando y colgando a gente a diestra y siniestra; dichos cadáveres fueron a parar cerca de su casa.


Su segundo apellido no es Ruiz. Debido a la poca documentación que se tiene del artista, mucho tiempo se creyó que su nombre completo era José Guadalupe Posada Ruiz; Agustín Sánchez tuvo la posibilidad de tener la fe de bautismo de este hombre en sus manos, en donde se percató que en realidad, su segundo apellido era Aguilar.



Su hijo. Se sabía que Posada llegó a la Ciudad de México acompañado de su hijo adolescente, del cual ya nada se supo. Sánchez González averiguó que el nombre del chico era Juan Sabino Posada Vela, que su madre había sido una señora de nombre María de Jesús Vela y que falleció en enero de 1900, a los 17 años de edad, al haber contraído tifo exantemático.


Relación con los Vanegas Arroyo. Se ha dado por hecho que José Guadalupe Posada llegó a la Ciudad de México exclusivamente para trabajar en el taller de litografía de la familia Venegas Arroyo. Sánchez afirma que en realidad, quien le invitó a venir a la capital fue Irineo Paz (abuelo de Octavio Paz), por lo que en realidad, el dibujante era una especie de freelance, pues sí que trabajó para los Vanegas Arroyo, pero no de manera exclusiva, pues al mismo tiempo, su trabajo fue publicado en más de 40 periódicos.





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