Una entrevista que ofrecí para el diario
La Nación, de Buenos Aires
Carlos Manzoni
10 de
agosto de 2020
José Guadalupe Posada murió tan pobre como había llegado al mundo. Sus
ilustraciones, que años después se convertirían en un símbolo de México,
estaban en todos los hogares y llenaban las páginas de los periódicos; pero la
muerte de su único hijo, el misterioso destino de su esposa y la llegada de la
revolución lo empujaron a la bebida y lo arrastraron hacia la ruina.
José Guadalupe Posada Aguilar, tal su nombre completo, había nacido el 2
de febrero de 1852, en Aguascalientes, capital del estado del mismo nombre, en
el centro de México. Hijo de un panadero y de un ama de casa, se crió en la
pobreza en el barrio de San Marcos, junto con cinco hermanos.
No pudo ir al colegio por lo que aprendió a leer y a escribir gracias a
su hermano mayor, Cirilo, que era maestro. Desde muy chico demostró tener dotes
artísticas, por lo que al ver su gran habilidad para dibujar su hermano lo
inscribió en la Academia Municipal de Dibujo de Aguascalientes.
El historiador y escritor mexicano Agustín Sánchez González, el hombre que
más sabe sobre Posada, destaca que desde muy chico fue una persona con una
enorme lucidez y que, más allá de que tuvo cierta educación formal en dibujo,
fue por sobre todas las cosas un autodidacta. "Es más, mientras el
profesor atendía a un grupo, él entretenía al resto de los alumnos con sus
ilustraciones", comenta el especialista.
A los 19 años, comenzó a trabajar como aprendiz de
José Trinidad Pedroza, donde aprendió el arte de la litografía y en pocos años
se convirtió en una pieza fundamental de ese taller. Se destacó pronto como
caricaturista político y comenzó a ilustrar para el periódico el Jicote; pero, al morir su padre, decidió acompañar a su editor a la vecina
ciudad de León, en Guanajuato, donde había mayor campo de acción para una
imprenta.
Allí, en una ciudad más grande y más industrializada, trabajó un tiempo
con el dueño de la imprenta que también se había mudado desde Aguascalientes,
pero luego ya abrió su propio taller. Fue también en León donde conoció a su
futura esposa, María de Jesús Vela, con quien tuvo a su único hijo, Juan
Sabino.
Aunque era autodidacta, gracias a su extraordinaria calidad, se lo
invitó a ser profesor de litografía en la escuela secundaria. Pronto se alejó
de la sátira política y se enfocó en un retrato más costumbrista y comercial.
Las cosas marchaban de maravillas hasta que, en 1888, una inundación destruyó
su taller y tuvo que mudarse nuevamente, esta vez a Ciudad de México.
Llegó a la capital invitado por Ireneo Paz, abuelo
del poeta Octavio Paz, que sería años más tarde reconocido con el Premio Nobel
de Literatura. Las obras de Posada se vendían como pan caliente, porque era una
época en la que buena parte de la población mexicana no sabía leer ni escribir,
por lo cual, sus ilustraciones expresivas eran inigualables a la hora de atraer
la atención de la gente. "Él no se sentía artista, era más un artesano que
hacía trabajos para quien se lo pidiera. Era lo que hoy se llamaría un free
lance", comenta Sánchez González.
Hizo más de 10.000 ilustraciones en toda su vida, pero su sello
distintivo fueron las famosas calaveras, que hoy son un ícono del dibujo
mexicano en el mundo entero. Tal como explica Sánchez González, "Don
Lupe" solo las dibujaba el día de los Santos Difuntos y no las hacía para
plasmar la solemnidad de la muerte, sino que eran figuras llenas de vitalidad,
que bailaban, jugaban, andaban en bicicleta, montaban a caballo y se reunían en
fiestas.
Sánchez González precisa que las calaveras no son ni siquiera el 1% de
su obra, pero que son ellas las que lo hicieron destacar y las que se
convirtieron en un símbolo de México en todo el mundo. "Muchos han
relacionado las calaveras con lo prehispánico, pero la influencia de Posada
viene más por el lado medieval y por la parte de los autores europeos
vinculados a la Iglesia. Tiene más de Pieter Brueghel, llamado el Viejo, de
Goya o de El Bosco, que de lo prehispánico", explica el especialista.
En un momento, llegó a trabajar con el gran editor Antonio Vanegas
Arroyo, para el que hizo sus ilustraciones más conocidas, que se siguieron
comercializando hasta la segunda mitad del siglo XX. "Prácticamente no
había hogar de un mexicano, pobre o rico, que no tuviera una imagen dibujada
por Posada. Su obra estaba en todas las casas, porque él ilustraba juegos de
mesas, cancioneros, estampas religiosas, anuncios publicitarios y, por
supuesto, las noticias más importantes", detalla Sánchez González.
Aquel chico que había aprendido a leer y escribir gracias a su hermano,
era ahora el mayor ilustrador de México, había dejado su sello distintivo con
sus trazos y personajes, y era tan requerido que había tenido que abrir dos
talleres más. Estaba en su mejor momento. Tocando el Cielo con sus manos.
Pero... siempre hay un "pincelazo" que lo estropea todo.
El 18 de enero de 1900, su único hijo murió de tifus, a los 17 años.
Tiempo después, también perdió a su mujer, aunque los historiadores no han
podido averiguar aún si lo abandonó, murió o regresó a su ciudad natal. Esos
golpes lo hundieron en la depresión e hicieron que se volcara a la bebida,
aunque, como opina Sánchez González lo que más lo destruyó fue la soledad.
En medio del mal momento que atravesaba, estalló la revolución mexicana,
que fue para él como el golpe de gracia: debido a la convulsión general, su
trabajo empezó a escasear, se llenó de deudas y terminó en la ruina absoluta,
viviendo en una pocilga en Tepito, uno de los barrios más bajos de la capital
mexicana. "La revolución generó mucha desazón y una gran crisis, con
carencias alimenticias y laborales. Todo esto, sumado a la soledad en la que
vivía, profundizó aún más su depresión", relata Sánchez González.
Finalmente, el 20 de enero de 1913, el genial ilustrador murió solo y
tan pobre como había llegado a este mundo, a punto tal que debió ser enterrado
en una fosa común. Se terminó así, a los 61 años, la vida del hombre que se
convirtió en inspiración para las futuras generaciones de ilustradores y
pintores, entre ellos Diego Rivera, quien promovió su obra para que
trascendiera las fronteras de su país.
Ocho meses después de su muerte, en noviembre de 1913, se publica su
ilustración de la calavera llamada Catrina, que fue su creación más emblemática
y se convirtió en un fenómeno mundial de la mano de Diego Rivera. "Esta
gran obra maestra le da fama universal no solo a Posada, porque la Catrina es
el símbolo mexicano por excelencia en todo el mundo y en México es el segundo
símbolo en importancia, después de la Virgen de Guadalupe", concluye
Sánchez González.
https://www.lanacion.com.ar/economia/el-triste-final-del-ilustrador-convirtio-calaveras-nid2413336
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