Mi artículo de este domingo 7 de abril de 2019, en Confabulario, de El Universal
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El trabajo de José Guadalupe Posada,
José Clemente Orozco y “el Chango” Cabral, son testimonios de las lecturas
críticas que la prensa humorística hizo de la Revolución mexicana y de Emiliano
Zapata
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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
Si
una persona que vivió hace cien años resucitara, quedaría desconcertada al
mirar las estatuas, el nombre de calles, las películas, decenas de libros y
otros homenajes que, año con año, se le dedican a Emiliano Zapata y es que hace
un siglo se le consideraba un bandolero, “El Atila del sur”, se le llamaba. La
prensa, durante la revolución, lo miraba así, como un bandolero, un asaltante,
un asesino, sobre todo cuando rompió con Francisco I. Madero, ante los embates
del gobierno de Francisco León de la Barra, que asumió la presidencia tras la
renuncia de Porfirio Díaz.
Las
caricaturas de entonces muestran al morelense ajeno al personaje al que el
gobierno mexicano ha homenajeado al nombrar 2019 como el año de Zapata. “El
caudillo del sur”, cuya turbulenta vida tuvo ataques militares de envergadura,
pues su rebeldía nunca cesó, es una caja de sorpresas y, como muchos otros
personajes, es más lo que se ignora de lo que se conoce.
El villano de la Revolución
Zapata nació en Anenecuilco, Morelos, un pequeño poblado que tenía siglos luchando por la defensa de la tierra comunal. Pocas veces se ha mencionado que, pese a compartir el panteón de los héroes nacionales, esta visión choca con la de Juárez que, al contrario, buscó romper las tierras comunales y generar la propiedad privada. De hecho, la frase con que empieza el libro Zapata y la Revolución mexicana, de John Womack Jr., es una verdadera revelación. Dice así: “Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por lo mismo, hicieron una revolución”.
Zapata nació en Anenecuilco, Morelos, un pequeño poblado que tenía siglos luchando por la defensa de la tierra comunal. Pocas veces se ha mencionado que, pese a compartir el panteón de los héroes nacionales, esta visión choca con la de Juárez que, al contrario, buscó romper las tierras comunales y generar la propiedad privada. De hecho, la frase con que empieza el libro Zapata y la Revolución mexicana, de John Womack Jr., es una verdadera revelación. Dice así: “Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por lo mismo, hicieron una revolución”.
Zapata
fue su líder y ante el nacimiento del movimiento armado, se lanzaron a la
revuelta con la esperanza de conservar sus tierras ante los terratenientes
porfiristas que las querían. Los zapatistas pronto se adhirieron al Plan de San
Luis, pero al mirar que Francisco I. Madero sólo buscaba la democratización del
país, y poco le importaba la tierra, siguieron su lucha y se le enfrentaron,
como hicieron después con Victoriano Huerta y con Venustiano Carranza, hasta
que el gobierno de este último lo traicionó y fue asesinado en Chinameca.
Los diarios anunciaron su muerte como un
triunfo: había muerto el “Atila del Sur”. Como pocos personajes ajenos al poder
del Estado, Zapata fue encarnizadamente caricaturizado. La revista Multicolor,
una de las más importantes publicaciones de humor gráfico en nuestra historia,
fue una piedra en el zapato para el gobierno maderista y para Zapata. Las
caricaturas de Ernesto García Cabral, “el Chango”, son unas joyas desde el
punto de vista estético y unos dardos desde el punto de vista político. Existe
una docena de obras que Cabral dedicó al caudillo del sur que son de un gran
trazo, que lo muestran siempre cargado de armas, cartucheras y cadáveres. Con
la caricatura podemos dar continuidad tanto a su proceso de rebeldía, como al
de la institucionalización.
No tenía un año de comenzar la
revolución cuando la “opinión pública” tenía una idea clara de lo que era
Emiliano Zapata. Publicaciones como El Mero petatero, Sucesos
Ilustrados, El Ahuizote, entre otras, lo mostraban con una
característica en común: un bandolero que asolaba los pueblos. Mirar una imagen
de ese momento, ante la santificación posterior de Zapata, tal vez resulta
incomprensible. No lo es cuando se sabe que la prensa de entonces lo criticó
con saña. En estos años, los medios de comunicación fueron usados para instigar
a sus lectores para avivar la nostalgia del porfirismo. En una sociedad cuyo
analfabetismo alcanzaba un porcentaje enorme y por tanto, casi analfabeta, el
humor fue utilizado para la contrarrevolución.
En la prensa se dio una campaña
anti-maderista, que tocaba con frecuencia a Zapata; las publicaciones
humorísticas se multiplicaron. En mi Diccionario biográfico Ilustrado de la
caricatura en México (Limusa, 1998), muestro que entre 1911-13 hubo quince
publicaciones y al año siguiente, siete más: ¡Ahí va!, El
Ahuizote, Don Quijote, El Mero petatero, Juan
Panadero, Multicolor, El Padre Eterno, El
Padre Padilla, El Perico, Rigoletto, Ypiranga, La
Porra y Ojo Parado. Es un fenómeno único, pues nunca han
existido tantas publicaciones de humor en ningún periodo histórico (hoy sólo
existe una revista de humor acrítica y con tendencia gubernamental).
Empero, es Multicolor la
que destacará, pues durante tres años se mantendrá en la palestra y contará en
sus filas con grandes caricaturistas como Ernesto García Cabral, Santiago R. De
la Vega, Clemente Islas Allende y Atenedoro Pérez y Soto, entre otros.
García
Cabral es quien realizará caricaturas donde retrata a Zapata como un juguetito
para distraer a Madero, que se muestra como bebé en brazos de León de la Barra
ante los nubarrones que se aproximan (el general Bernardo Reyes), mientras el
Plan de San Luis yace descuartizado en el suelo. “No te duermas, Panchito, que
viene el coco”.
“La nana”. Revista Multicolor. 10 de agosto de 1911 |
Un año después, a Zapata ya se le mira
siempre con espadas, pistolas, calaveras y siempre se le relaciona con la
muerte, con el crimen. Se da hasta la parodia de los versos de Don Juan Tenorio
que retrata el momento y la imagen del zapatismo en noviembre de 1911: “y en
todas partes dejé memoria amarga de mí”. Esta obra, e incluso estas frases, se
vuelven rutinarias en muchas caricaturas, de hecho, Posada también las
utilizará). En otro, aparece una pulquería con nombre La Piedad,
donde Zapata le comenta a Madero “pacificando, D. Panchito”, mientras se miran
cuerpos mutilados.
Otro
autor, José Clemente Orozco, más conocido como un gran muralista, retrata a
Zapata y a Gustavo A. Madero como dos personajes que entorpecen la revolución.
Orozco es único como caricaturista y sus trazos son desgarradores y de una
belleza estética, a pesar de la fealdad, que lo muestra como un vanguardista.
Hizo una corta carrera como caricaturista, que suspendió para dedicarse al
muralismo. Habría de reconvertirse para ser uno de los artífices de la
mitificación de Zapata al retratarlo ya como el héroe inmaculado que hoy
conocemos.
José Clemente Orozco, “Tal para cual”, El Ahuizote, 18 de noviembre de 1911. |
.
La obra de José Guadalupe Posada es una
muestra de cómo el monstruo se convierte en héroe gracias al trazo genial de un
autor. En la Monografía publicada en 1930 aparece una cincografía
basada en la fotografía de Zapata de pie, tomando sus rifle, portando
cartucheras y que a la postre se convertiría en una suerte de icono del
morelense (Diego lo pinta en un nicho dentro de los murales de la SEP). Ese año
de mitificaciones, Diego Rivera coloca a Posada como precursor de Flores Magón,
Zapata y Santanón.
Hay otras cincografías más en un tono
mitificador. Sin embargo, existen muchas otras caricaturas realizadas por
Posada donde Zapata está muy lejos de esa imagen idílica. No sabemos si Rivera
no las conoció o las omitió para no interrumpir el mito que se comenzaba a
gestar. Posada realiza media docena de caricaturas donde se ensaña con el
Caudillo del sur. En una lo dibuja montado en el rostro del presidente Madero,
se le sube a las narices; en otra, terrible, se le mira con Madero y con Pino
Suárez en un texto que dice: “¡Trinidad sombría!… álzanse los muertos como
ebrios de susto, de sangre y de vino”. Finalmente, el fiero rostro de Zapata
asoma entre una veintena de personajes que recoge el periódico Gil Blas,
en las calaveras de 1911, una imagen acompañada de una parodia con los versos
de Don Juan Tenorio.
“Don Juan
Tenorio”. El ChangoCabral. Revista Multicolor, 2 de
noviembre de 1911.
Las
imágenes de Posada muestran, igual que las de García Cabral y José Clemente
Orozco y muchos grandes artistas más, un rostro sanguinario de un bandolero que
estaba muy lejos del héroe que hoy se venera. Estas caricaturas críticas
conjugan un medio centenar. Son cartones olvidados, suprimidos ante la
oficialidad, ajenos a la visión contemporánea que se puede mirar en la estación
del metro Zapata, donde el héroe morelense aparece inmaculado, con trazos
excepcionales de artistas como David Carrillo o Rogelio Naranjo, entre una
veintena más. Una imagen que, como decía al principio, sorprendería a uno de
sus contemporáneos que viajara en el tiempo cien años después.
Leer
la historia a través de la caricatura muestra como el héroe se convierte en
villano, y viceversa, como el caso de Emiliano Zapata. Ello nos enseña cómo los
personajes, al final de cuentas, son seres humanos cuya glorificación, por
cierto, sale sobrando.
FOTO: José Guadalupe Posada, “Los
fantasmas de la noche nacional”, Gil Blas, 3 de noviembre de 1911.
/ Archivo Agustín Sánchez González
3 comentarios:
Agustín Sánchez:
He seguido su trabajo de cerca, pues me interesa la caricatura sobre la Revolución. Me atrevo a escribirle porque tengo una duda acerca de una caricatura que tengo pero cuya fuente desconozco. Como no puedo adjuntar la imagen, se la describo: se trata de una caricatura en la que la Revolución aparece como un dinosaurio o lagarto, al que temen Madero y De la Barra.
Saludos y agradezco la atención.
Daniel Avechuco
hola, es difícil saberlo, mandamela a mi correo por favor agusanch@yahoo.com
Ya se la mandé. De nuevo gracias.
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