Hace un año murió Rogelio Naranjo, uno de los más grandes caricaturistas del mundo. Esa tarde habíamos terminado las últimas correcciones para el libro Cien años de caricatura de El Universal. Apenas nos enteramos, me pidieron escribir un texto para que apareciera en Confabulario ese mismo domingo. Este fue el resultado.
Me halagó que entre los mensajes recibidos, hubo uno del hermano de Naranjo:
Excelente síntesis de su trabajo.
POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
Autor de José Guadalupe Posada, Fantasías, calaveras y vida cotidiana (Madrid, Eidciones Turpin, 2014); @agusanch
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No toda la caricatura es arte, pero la obra de Rogelio Naranjo lo es y debe escribirse, como decía el poeta Efraín Huerta, con mayusculota.
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Durante medio siglo, miles de obras de arte fueron trazadas por Naranjo, el mundo visto con sus ojos y en sus hojas, hicieron, hacen, reflexionar a los habitantes de un país que sufre la tragicomedia mexicana.
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El Día del primer Naranjo
Naranjo nunca menospreció la caricatura, como algunos de los grandes artistas que le antecedieron y la habían ejercido. Compartió la pintura con el humor. Durante algún tiempo montó un tinglado en el jardín del arte, en Villalongín, donde vendió algunos cuadros que hoy deben ser un tesoro para quienes las adquirieron en los años sesenta, cuando Naranjo era un joven veinteañero.
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Naranjo comenzó en El Día, en 1965, un periódico que a pesar de su oficialismo trataba de romper la noche que vivía el periodismo mexicano. Empezó en El Gallo Ilustrado,un espléndido y esperanzador suplemento cultural, haciendo retratos que vislumbraban ya su grandeza. En ese mismo espacio sería criticado duramente por algunos de sus colegas debido a que dibujaba muy bien.
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El Gallo Ilustrado, con una mirada progresista, y como uno de los más importantes suplementos de la época, entendió al ilustrado joven que retrataba con maestría a los grandes personajes de la cultura, como Federico Fellini.
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El segundo momento del primer Por qué?
Un capítulo vital en la historia de la caricatura contemporánea se dio en la revista Por qué?, del periodista yucateco Mario Menéndez Rodríguez.
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Resulta difícil explicar a mucha gente que la crítica que hoy en día se presenta en el periodismo no fue siempre así. Durante décadas, el periodismo y la caricatura vivieron en la sombra, en la oscuridad, en una suerte de edad media, situación que ni siquiera en la dictadura de Porfirio Díaz se había dado.
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La década de los años sesenta es de una enorme represión política y de censura a los medios (hasta las inocentes canciones de Cri-Cri fueron censuradas). Se prohibieron cintas como La sombra del caudillo, la publicación del libro Los hijos de Sánchezprovocó una crisis editorial en el Fondo de Cultura Económica.
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La represión política llevó a la cárcel a los líderes ferrocarrileros, pero también a médicos, telegrafistas y profesores. Pero en los medios no pasaba nada. Había que leer la realidad entre líneas en publicaciones que se asomaban tímidamente.
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A finales de febrero de 1968 comenzó a publicarse la revista Por qué?, cuyo director artístico era Rogelio Naranjo, quien se rodeó de un grupo de jóvenes que harían historia: Vadillo, Rius, AB y Helioflores.
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La experimentación en sus trazos, será la característica que mostrará Naranjo en esta publicación. Como muchos de sus colegas de antaño, realizará hasta los dibujos publicitarios con trazos oníricos.
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El joven Naranjo, en esas páginas, aprovechó los espacios para jugar con el dibujo, para gozar con sus líneas, aprovechando la libertad y la posición privilegiada de ser el editor.
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Realiza pequeñas historietas, tiras cómicas, influencia sin duda de los momentos que vivió hasta entonces la época de oro de la historieta mexicana. Pero también, incidencia de la obra de la revista Fantoche, cuya colección le fue regalada por el poeta Efraín Huerta y que seguramente miró compulsivamente y abrevó de ella. Sin duda, esta es una de las grandes revistas de humor, donde participaron Alfredo Zalce, Miguel “el Chamaco” Covarrubias, Guerrero Edwards, Santoyo, Inclán, y que era dirigida por Ernesto García Cabral y Manuel Horta.
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La aventura de Por qué? no duró mucho, apenas unos doce números. El grupo de moneros se dividió. Vadillo se quedó ahí, mientras que el resto emprendió un nuevo camino.
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Tercera llamada. La garrapata. El azote de los bueyes
El país se desgarraba, la sangre de decenas de jóvenes por la masacre del 2 de octubre aun estaba caliente cuando, casi pasado el luto, el viernes 8 de noviembre de 1968, apareció la última gran revista de humor en el siglo XX: La Garrapata. El azote de los bueyes, “Catorcenario de humor y malas mañas”.
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Esta gran revista fue codirigida por el cuarteto conformado por Rius, Naranjo, AB y Helioflores, quienes generaron una publicación que habría de confirmar un periodismo esperanzador que alentaba, además, en la busca de una nueva sociedad, de un periodismo renovado y de un humor que recobrara la vieja gloria de los liberales del siglo XIX, pienso en La Orquesta, o de los afanosos y perseguidos críticos del porfirismo, como El Colmillo Público.
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Los cuatro directores son de una grandeza excepcional. Cada uno mostró lo mejor de sí, como El hombre de negro, de Helioflores o el Archivo de Indias, de AB o los trazos críticos de Rius.
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Desde el número primo, Naranjo mostró un rostro crítico. Publicó una historieta, bajo el nombre de “Kronykaz de Nanylko Tatanilko”, que recrea la sangrienta noche de Tlatelolco, disfrazando las palabras, aunque la realidad, a través de la caricatura, era más contundente que nunca.
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La Garrapata fue, es, el modelo más contemporáneo de la caricatura crítica, vivió sin publicidad, con una gran presión que se notaba desde que comenzó a circular.
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Pero ni Naranjo, ni sus colegas, se arredraron, por el contrario en esos días aparecieron por vez primera las caricaturas de personajes como Luis Echeverría, que era secretario de gobernación (y futuro presidente) en un momento en que el periodismo sufría de un gran control.
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Y esta crítica, Naranjo la mostró con un sólido lenguaje estético cuyos rostros muestran al Naranjo que queda en nuestras vidas, con el “estilo Naranjo” que decenas de caricaturistas siempre quisieron, sin éxito, imitar.
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El cuarto de la vanguardia en tres momentos
Una década después de comenzar a mostrarnos la crudeza de nuestro mundo, Naranjo mostró su faceta de “artista puro”, de autor que endiosa a la realidad, con la publicación de Alarmas y distracciones, un libro de culto, pues fue edición de autor, en 1973.
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Ahí muestra sus dibujos, retratos que valdrían la pena estuvieran en un museo. Es un homenaje a los autores que amó, que admiraba como Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Juan Rulfo, Efraín Huerta y Sergio Pitol.
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Antes, en 1970, había publicado, también como obra de autor, un excepcional calendario erótico, editado por Rodrigo Moya. Son juegos visuales, laminas iluminadas con el color de la vida, con el encuentro del amor y del absurdo.
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En el calendario, plasma un encuentro estético cuya grandeza permite admirar una mosca en la soledad de una hoja color negro mate; o una cama en un ring. Lo absurdo que da la vanguardia, que entrega la vida.
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Naranjo es un artista que veinte años después nos regala las portadas de la revista Rino. Humor y cultura, un juego visual que realiza tomando como punto de partida el rinoceronte de Durero que, a la postre, dejó de ser tal y se convirtió en el rinoceronte de Naranjo, no es comparación, es mostrar el tamaño artístico del michoacano.
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El juego de la vanguardia, de nuevo, la reminiscencia de obras como el rinoceronte de Ionesco, de lo irracional que se convierte en parte de lo cotidiano.
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No hay quinto malo
El legado de Naranjo, el hombre que con su obra se colocó a la altura de los grandes artistas de este mundo, es indiscutible.
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El trabajo diario, durante medio siglo, se convirtió en referencia fundamental tanto en la revista Proceso, como en el hoy centenario EL UNIVERSAL.
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Su cuestionamiento al poder, su trazo firme, su crítica, su mirada permanece ya en la memoria colectiva. Durante medio siglo, y sobre todo en estas cuatro décadas que permaneció en estas páginas, logró romper muchos de los atavismos del poder, logró quebrantar y abrir la crítica al poder presidencial, hecho que hoy parece cotidiano pero que en muchas décadas era imposible.
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La desmemoria nacional parece no querer recordar que durante medio siglo fue imposible caricaturizar al presidente y sin embargo, los trazos de Naranjo botaron esa norma y el cuestionamiento al presidencialismo se liberó para siempre.
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La estética de Naranjo ya forma parte esencial del arte mexicano y su nombre, como caricaturista, se encuentra en el panteón, sitio de dioses, de nuestros caricaturistas.
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Hace apenas unas horas, mientras concluyo estas líneas, se fue Rogelio Naranjo. Su obra queda para siempre. Son retratos que legó para mirar el horror de los ojos del autoritarismo y la desigualdad, que quedan plasmados en las hojas dignas de un museo del horror nacional.
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Pero también nos legó, la belleza y alegría del sueño de un mundo diferente cuyos colores animan a soñar en que, en su memoria, algún día arribemos a él.
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