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Ilustración de Aarón Flores para el artículo publicado en la sección cultural de El Universal |
En los años treinta, el gobierno de Pascual Oriz
Rubio, mejor conocido como el caracol (por arrastrado y baboso) determinó
sustituir a Los Reyes Magos y a Santa Claus, por Quetzálcoatl. No es
broma.
El
27 de noviembre de 1930, todos los diarios nacionales informaban que el
licenciado Carlos Trejo y Lerdo de Tejada, subsecretario encargado del despacho
de la Secretaría de Educación, declaraba que el presidente Pascual Ortiz Rubio
había manifestado su aprobación a la orientación nacionalista que estaban dando
a la educación pública.
Trejo
y Lerdo señaló, textualmente: "Ayer tuve el gusto de comer con el señor
Presidente y durante la comida, estuvimos acordando y me dio la idea de
substituir en las tradiciones extranjeras de Navidad -la expresión que no es
nuestra- cambiándola por algo esencialmente mexicano. En la fiesta que la
Secretaría de Educación celebrará el 23 de diciembre en el Estadio Nacional,
destinada precisamente para repartir ropa, dulces y juguetes a los niños pobres
-que serán alrededor de diez o quince mil- el símbolo será Quetzalcóatl de
nuestras divinidades indígenas, de nuestros apóstoles precursores de la
civilización cristiana. Con esto se persigue engendrar evolutivamente en el origen
del niño, amor por los símbolos, divinidades y tradiciones de nuestra cultura y
de nuestra raza: Quetzalcóatl sustituirá a los Santos Reyes, a Santa Claus y a
Noel".
Los
reporteros preguntaron: "¿Qué se busca con ese cambio?" .
"Engendrar
en el corazón del niño amor por nuestra cultura y nuestra raza",
respondió.
Así fue, ni más, ni menos.
La
avalancha de comentarios no se hizo esperar: En El Universal, por
ejemplo, una lectora cuestionó el hecho: "¿Vamos a acostar a Quetzalcóatl
en el pesebre de Belén y rezarle en idioma náhuatl?" (Bueno, setenta años,
después la rata conocida como Marcelo Ebrard hasta obligó a sus funcionarios a
ladrar en nahuatl)
Los
comerciantes aprovecharon la situación: "De los magos, de Santa Claus o de
Quetzalcóatl, no puede haber obsequio como éste: el refrigerador General
Electric", y la Lotería Nacional anunció un sorteo en honor a
Quetzalcóatl.
El
pitorreo a la propuesta de don Pascual, “nacionalista y revolucionaria”, no se
hizo esperar. Un señor Alpuche llevó a cabo una posada en su casa, señala
Alfonso Taracena, "levantó un nacimiento en forma nacionalista, con
gradas como las de la Ciudadela de Teotihuacán. En vez del portal tradicional,
puso las ruinas de Mitla, y adentro, acurrucado, o mejor dicho, enroscado, el
dios Quetzalcóatl con dos esclavos chichimecas, encuerados pero con plumas. Por
los corredores fue paseado en parihuelas el dios indígena, seguido por los
invitados que portaban cazuelas donde ardía el copal. Todos cantaban,
acompañados de tambor y chirimías, el canto litúrgico de la revolución que
dice: "La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar porque le falta,
porque no tiene, mariguana que fumar.
Y
las posadas se hicieron:
En
nombre de Anáhuac
te
pido posada
porque
así lo quiere
Lerdo
de Teja-
aaaa,
aaaa,
aaaaada!
Adentro contestaron:
Oh,
Gran Quetzalcóatl,
dios
beligerante,
Tú
y el doctor Atl
pasen
adelaaaaante!
El
gran día llegó y en el Estadio Nacional, Quetzalcóatl volvía a sonreír a los
pobres mexicanos pobres, que acompañados del cuerpo diplomático, políticos y
demás ociosos se congregaron en el Estadio Nacional.
La
escenografía se montó de acuerdo a la fiesta: una gran pirámide prehispánica
fue colocada, acompañada de decenas de árboles de Navidad, iluminados con
foquitos de colores. En el Templo, se colocó a Quetzalcóatl rodeado de una
corte de honor: sacerdotisas, tehuanas, aztecas, indias de Veracruz y de
Tlalnepantla. La imagen del dios prehispánico no se representaba como una
serpiente, sino como un hombre rubio y barbado, ataviado con un atuendo, tipo
arte decó.
El
Presidente Ortiz Rubio llegó al estadio y al momento fue recibido por una salva,
mientras la Marcha de Honor era tocada. Al arribar al sitio de honor los
acordes del Himno Nacional comenzaron, interpretados por todos los presentes.
Inmediatamente después,
cientos de juguetes, suéteres y dulces, fueron repartidos, y mientras los chiquillos
celebraban el regalo dio principio a la fiesta: Melchor, Gaspar y Baltasar
arribaron hasta el templo de Quetzalcóatl; enseguida, inició la danza sagrada
de los "Voladores" y de los "Cintas", realizadas por más de
cien señoritas de los colegios de la metrópoli.
Para entonces,
el Templo estaba repleto de aztecas, chinas poblanas, doncellas, sacerdotisas.
Al son de tambores, flautas y demás instrumentos que usaron los habitantes del
Anáhuac, todos bailaban rítmicamente, mientras en lo alto de un palo, los
"Diablos Voladores", de Papantla, desafiaban el peligro y suscitaban
la admiración de todos los presentes, sobre todo cuando las luces de los
reflectores se posaron en ello, iluminándolos.
La
festividad terminó llenando de alegría a todos los presentes que, sin embargo,
habían salido sin entender nada.
Los
niños estaban felices, llenos de regalos. La fiesta concluyó, pero los chistes
continuaron. El Panzón Soto, a finales de ese año, anunciaba el próximo
estreno, en el Teatro Principal, de "El año de Quetzalcóatl",
mientras un caricaturista señalaba el regalo que el dios prehispánico trajo al
pueblo: Pura sombrilla.
Este
viejo artículo, que publiqué hace más de veinte años en El Universal, viene
a cuento porque el señor (in) Maduro, presidente de Venezuela acaba de ordenar que todas las niñas venezolanas tengan su Barbie.
"El gobierno de Venezuela impulsó la venta masiva de muñecas Barbie justo
antes de la temporada navideña, luego que Nicolás Maduro decretara que su
precio de venta sea tan solo US$2,50.
Las clientas desocuparon las estanterías decoradas
con de la muñeca icono de la cultura estadounidense, a lo largo y ancho de las
jugueterías de Caracas tan pronto se enteraron de que el gobierno ordenó la
venta del codiciado juguete a precio de ganga.
María González, una mujer que vive en uno de las
barriadas pobres construidas en las montañas de Caracas, pudo adquirir dos
Barbies vestidas para ir al gimnasio, que en Estados Unidos cuestan alrededor
de US$19.50, y señaló que sus nietas aman las muñecas y que nunca había
podido darse el lujo de comprar una."
Es probable que el pajarito que le chifla en su coco duro le haya ordenado que, aunque las monas sean gringas, las niñas venezolanas
se merecen una güera. Seguro la consigna será: "Chávez ya, Barbies
para todas".