viernes, 8 de octubre de 2021

Este tampoco era el Mesías

 


¡Este tampoco era el mesías!

 

Hace medio siglo comenzó un lento proceso de ruptura con el presidencialismo, pero surgió un líder terriblemente seductor que ofreció la visión y una profunda convicción de que era posible otro México

 

Agustín Sánchez González

 

Dice una voz popular, que entre más rápido se llega al cielo, más veloz es la caída.

Resulta paradójico que el político mexicano que ha obtenido el porcentaje más alto de aceptación en una votación presidencial, se convertirá, a la postre, en el político más repudiado de nuestro devenir. No soy un nigromante, pero se puede visualizar claramente que, tras recorrer la mitad de su mandato, el presidente López Obrador nos ha quedado a deber, prácticamente, todo lo que prometió y a cambio, nos ha otorgado millones de palabras y ha mostrado que, en eso de la memoria, este pueblo bueno, para usar un cliché actual, carece de ella.

Cada sexenio, los presidentes nos salen debiendo. Decía un refrán "dios mío, si con beber te ofendo, con la cruda me sales debiendo". Tal cual, si con AMLO te ofendo, este sexenio me quedas debiendo.

Durante su segundo informe de gobierno, aseguró haber cumplido noventa y cinco de los cien compromisos a los que se comprometió ante miles de simpatizantes que en medio de la locura, del sueño de un país mejor y de la esperanza por ese hombre que ofrecía, si no el paraíso, algo parecido. O tal vez, sus fanáticos recordaban la canción del estado del que provenía: "Ven, ven, ven, que Tabasco es un edén".

Pero la realidad, una vez más, muestra que, como dice la canción, "todo es falso".

Según el Taller de Comunicación Política (TCP), nuestro presidente, hasta el 30 de junio de este año, "ha vertido durante su gobierno, 56 mil 181 afirmaciones falsas durante las mañaneras desde la primera el 8 de diciembre de 2018 y la más reciente el 30 de junio de 2021.

Estos estudios muestran, quincena a quincena, una serie de datos contundentes, terribles de una situación de mentira y ficción, misma que lastima y lacera, tanto o más que los propios fanáticos de este hombre.

Los testigos de Pejeohvá, se le dice, a esta masa anónima, y a veces no tanto, que agreden, violentan, aplastan y vituperan a todo el que osa criticar al presidente.

Claro, esta secta tiene en su líder un modelo a seguir. Diariamente, desde su púlpito mañanero, el presidente agrede, insulta, lástima, apoda y, como si fuera Zeus, lanza rayos a todos los opositores, los señala sin pudor alguno.

El caso más reciente es la manera en que se refirió a una escritora que había lanzado algunos tuits criticando sus mentiras y demagogia y, antes de que tomara posesión como agregada cultural, ya había sido señalada por el señor para que sus discípulos la lapidaran, cual si fuera María Magdalena.

Nuestra clase política, producto de la revolución mexicana, descubrió que a este país le seducen los caciques autoritarios, los personajes capaces de enamorar y encantar a un pueblo ávido de justicia, pero incapaz de buscarla, tan sólo esperando el milagro de la reproducción de los peces (o, en este caso, de las tarjetas bienestar), en la espera sentado del mesías que vendrá a cambiar todo lo malo de este país, y dejar lo bueno que existe.

Al resolver esta primera variante, sin caer en la torpeza de la larga dictadura, como la de otro López (Santa-Anna) o Porfirio Díaz, concluyeron que este pueblo bueno requería un personaje así, acotado por un tiempo determinado (primero fue cuatrienio y, con Lázaro Cárdenas, sexenio).

Así se inventó el presidencialismo definido de manera simple: cuando el presidente dice: ¿qué horas son? Toda la corte debe decir, a coro: la hora que usted guste señor presidente. Durante décadas México vivió así. El presidente era TODO y representaba a TODO.

Pero este presidencialismo autoritario, como todo en la vida, se agotó y a partir de la segunda mitad del siglo XX, la sociedad que empezó a mermarlo, tras una larga y sostenida lucha, donde incluso se gestó una tímida oposición que fue creciendo, no obstante la violenta represión que tuvo su clímax en octubre de 1968.

Hace medio siglo comenzó un lento proceso de ruptura con el presidencialismo pero, cuando todos pensábamos que iba quedando atrás, surgió un líder tremendo, terriblemente seductor que durante dos décadas buscó infructuosamente el poder y, hace tres años, logró su sueño e impregnó a la sociedad mexicana de una suerte de polvos mágicos que los llevó a una visión etérea, a una profunda convicción de que era posible otro México.

Y así ha sido. Tenemos otro México. Hace unos días leí una frase que me impactó: estamos peor que cuando decían que estábamos peor.

He visto una cantidad innumerable de cartones políticos, tengo un archivo con miles de caricaturas y en este momento me vienen a la mente una, en donde aparece don Pancho Madero, sudando la gota gorda, pues no sabe cómo echar andar un reloj que ha desarmado sin tener la menor idea.

La aspiración presidencial de AMLO de pasar a la historia, es ya una realidad. Deberá ser considerado como el mejor candidato que ha existido en nuestra corta vida democrática, pero también, como el peor presidente de este país, con una idea autoritaria, en donde en el teatro político, AMLO representa el autor, guionista, escenógrafo, director de escena, director de cámaras, apuntador, actor, actriz, técnico, iluminador, y hasta el barrendero.

El presidencialismo en extremo.

Chiste de nuestros días:

Dicen que los pejelagartos llegan a volar hasta 50 metros.

¡Quién dice esa burrada?

López Obrador.

Ahhh, bueno, pero no vuelan tan alto.

 Pero, el tiempo que le queda en la presidencia, no es nada. Su reloj caducó. Su gobierno fue una hermosa pompa de jabón que creció pero, como tal, se reventó y con ella, una vez más, el sueño mesiánico de los mexicanos que, como el mito de Sísifo, cargamos una roca hasta llegar a la cima de la democratización y cuando estamos a punto de llegar, la roca vuelve a caer y volvemos a levantarla aunque, a estas alturas de la historia, parece que ya el desgano será el sino y resultará muy difícil, siquiera, volverlo a intentar.

         A este país lo seducen los personajes capaces de enamorar y encantar a un pueblo ávido de justicia, pero incapaz de buscarla.  


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