domingo, 10 de mayo de 2015

Once de mayo

De mi paso por El Universal, en la época que don Paco Taibo coordinaba esa maravillosa y añorada sección cultural. Increíble, es de hace 25 años.






Doña Mariana no sabe por dónde empezar.

Hay platos tirados por doquier. Alguien quemó la alfombra con el cigarro.

Se detiene a mirar la figurita de porcelana que le rompió uno de sus nietos.

Está preocupada por el pleito de Carlos, su hijo mayor, con Raúl, el esposo de su hija. Pero siempre es así. Nunca se han podido ver y cada fiesta familiar en que éstos se encuentran, se convierte en un pleito.

Solita, mira la foto de su desaparecido esposo. Lo extraña. Sabe que de haber vivido podría evitar esas absurdas cotidianas. También sigue preocupada pues le dijeron que su hijo menor se droga. Piensa que debe vigilarlo más de cerca, no dejarlo salir tanto y hacerse obedecer.

Pero ¿cómo? Nunca le hace caso, la insulta, y sus hijos mayores tampoco reparan en ello.

Se siente extraña con tanto plato en el fregadero; hace mucho que no hay tantos, pues ya sólo habitan, en la enorme casa, ella y su Luismi, que casi nunca va a comer, que casi nunca está y que, cuando llega, se encierra en su recámara y le habla sólo para pedirle dinero o pedirle compre los productos que a él le gustan. Es un NINI de sesenta años.

Doña Mariana a veces ni come, ni ganas le da hacer de comer para ella sola.

Por ello el 10 de mayo estaba contenta cocinándoles a sus hijos. Hizo varios platillos, se esmeró y esperó ansiosa los regalos.

Pero después se decepcionó. Primero porque le rompieron la figurita de porcelana que su finado marido le regaló cuando eran novios y, al llamar la atención a su nieto, la hija le armó un escándalo; luego vino el pleito del yerno y del hijo, que casi se agarraron a golpes.
Hoy es once de mayo y no está muy segura si es bueno o malo el día de las madres.
Pero al final de cuentas siempre ha sido así. Cuando vivía el esposo eran los pleitos por los hijos y el tiradero de siempre y los regalos que no sirven de nada o que, más bien, eran para la familia: un refrigerador, una lavadora, una licuadora; un aparato de sonido que nunca pudo escuchar, pues sus hijos lo usaban todo el día, lo mismo sucedió, en 1970, cuando le regalaron un televisor, el que sólo podía ver cuando no había futbol, sobre todo ese año que coincidía con el campeonato mundial.
Se entristece un poco al recordar todo. Y como cada once de mayo se lamenta no haber ido al panteón a dejarle flores a su madre.
Suspira mientras empieza a recoger la recámara y mira el perfume que le regaló su hija para poderlo usar todas las mañanas que ella pasa por su bendición. 

La etiqueta es clara: “Mamá lo merece todo”.


Sonríe entonces.

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