sábado, 18 de junio de 2011

Miércoles 15 de Junio de 2011
Jose Guadalupe Posada
Calaveras y diablitos
por Julián Rodríguez Marín / Fotos: EFE

El artista mexicano, creador de las populares calaveras y caricaturista satírico de los últimos años del gobierno de Porfirio Diaz (1830-1915) murió en el olvido y sus restos, hoy perdidos, se sabe que fueron enterrados en una fosa común.

"Posada (1852-1913), que dibujo y grabó miles de caricaturas de los mexicanos, murió de alcoholismo, solo, abandonado, tirado en un cuarto en el barrio de Tepito. Su esposa e hijo habían muerto, y los restos del artista que había popularizado las calaveras, quedaron perdidos para siempre", contó el historiador Agustín Sánchez quien recordó diversos aspectos de la vida de este "artista genial" en el artículo Posada, una historia del montón publicada en la última edición de la revista Relatos e Historias de México.



También contó que Diego Rivera creó una gran cantidad de mitos en torno a él. Aunque el famoso pintor mexicano aseguró que Posada fue el precursor del muralismo y del nacionalismo en el arte mexicano, y un revolucionario antiporfirista relacionado con los hermanos Flores Magon, un grupo de anarcosindicalistas que formaron una corriente importante en la Revolución Mexicana, el historiador cuenta otra versión: "La verdad es otra, Posada era un liberal no militante que con sus caricaturas a veces criticaba, a veces elogiaba a Porfirio Díaz, al igual que a todos los participantes del sistema político y de los revolucionarios". Asimismo calificó de erróneo que haya participado en los periódicos publicados por estos anarquistas como fueron El Ahuizote o El hijo del Ahuizote. "Lo más probable es que ni siguiera los haya conocido".



Además indicó que uno de los aspectos más conocidos del grabador son las ilustraciones sobre diversas noticias de sangre, descritas en verso, que mostraban el aspecto violento del México de finales del siglo XIX y principios del XX. En esas hojas que se vendían en las calles y eran pregonadas a gritos por los vendedores, Posada describió los corridos populares, los crímenes pasionales, las historias de aparecidos y milagros. "Posada captó y desarrolló artísticamente los sucesos que ocurrían a su alrededor sin discriminar temas o personajes. Todo lo que veía era motivo para él, todo era digno de ilustrarse y mostrarse al mundo".



En sus obras aparecieron las caricaturas de políticos, revolucionarios, borrachos, bandoleros, charros, toreros y personajes de la aristocracia y burguesía porfiriana, llamados catrines. También popularizó las famosas calaveras, que acompañaban a versos sobre la supuesta muerte de personajes famosos vivos y que eran ilustrados con las figuras de esqueletos con algunas características fisonómicas del personaje retratado. Estas calaveras, que se dibujan en la Festividad de Muertos, el 1 y 2 de noviembre, proceden de la creencia prehispánica que se adaptó al sentir del mexicano y que fue reforzada por obras teatrales como el Juan Tenorio de José Zorrilla.



Uno de los mitos fue el de la recreación del personaje La Catrina que representa a la muerte y que fue bautizada con ese nombre por Diego Rivera en su mural Sueño de una tarde dominical en la alameda, donde aparece la muerte lujosamente vestida. Originalmente, este personaje había aparecido en una publicación de Posada y era llamada india garbancera, como una burla a las personas que buscan imitar a los ricos en su apariencia y reniegan de su propia raza, herencia y cultura.

Un dato lamentable es que al menos la mitad de la obra de Posada permanece perdida y es uno de los artistas populares más conocidos que nunca ha recibido un homenaje. "Él es el gran artista que dejó un retrato de México en el paso del siglo XIX al XX, que no ha sido valorado en su auténtica dimensión, un crítico social que nunca cayó en el panfleto, y es necesario redescubrirlo y despojarlo de su mitificación" enfatizó el historiador.
Fuente: EFE

viernes, 17 de junio de 2011

Una vecindad enorme, México-Tenochtitlan.

Fragmento de Día de tráfico, 1931
Este artículo lo publiqué un par de semanas después del fallecimiento del maestro, el 29 de mayo de 2010, en Laberinto, suplemento cultural del Diario Milenio.



Una vecindad enorme,
México-Tenochtitlan




La Ciudad de México no sería la misma sin la mirada de Gabriel Vargas, capaz de captarla en todos sus detalles. Con un texto que parte de su mural Día del tráfico y otro que recupera el singular lenguaje de los personajes de La Familia Burrón, continuamos este mínimo homenaje al genial dibujante.

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Si la Ciudad de México no hubiera existido, Gabriel Vargas la habría inventado.

Durante más de sesenta años, desde 1948, semana a semana, los mexicanos nos enteramos de nuestras propias andanzas a través de los personajes creados por un hombre que fue un autentico “burrón”, pues trabajaba día y noche para recuperar esas historias que le pasaban por la mente, esas imágenes que veía, sentía, palpaba, leía.

Desde niño observaba todo, entonces ya era un genio, que asombraba a todos sus hermanos que veían cómo él miraba el mundo y, mejor aún, cómo lo plasmaba en un papel a pesar de que su mamá le prohibía dibujar.

Vargas, nació en Tulancingo, Hidalgo, en 1915, pero fue un chilango desde los seis. Contaba quince años cuando realizó un cuadro que retrata la vida de la Ciudad de México en 1930, cuando comienza su despegue hacía la preposmodernidad, y en el país la institucionalización de la Revolución, tras el asesinato de Álvaro Obregón y el nacimiento del partido que nos gobernaría más de setenta años.

Se trata del Día del tráfico, donde Vargas traza un dibujo que muestra una de las calles más importantes de la ciudad, Avenida Juárez, otrora Hombres Ilustres. Cursaba el sexto año de primaria, en la escuela Antonio Menéndez, ubicada en San Ildefonso 99, casi frente al Colegio de San Pedro y San Pablo, donde estuvo la Hemeroteca Nacional.

Es una larga tira de papel, que bien podría equipararse a la tira de la peregrinación azteca, que mide sesenta centímetros de ancho por ciento sesenta de largo, en donde aparecen más de cinco mil personajes en las más diversas posiciones, así como un sinfín de detalles que denota su asombrosa capacidad para observar.

Eran las calles de hace ocho décadas, era una ciudad llena de sombreros de charros, cachuchas, bombines; era una calle donde las flappers habían sentado sus reales.

Era ya una ciudad donde la publicidad tomaba la calle y se veían anuncios de cigarros, de periódicos, sin faltar los carteles pegados en la pared.

Es la ciudad en 1930, donde un “apache” carga a otro; se miran pobres mientras los ricos viajan en tres lujosas diligencias; aún se encuentran mezclados personajes con ropas de campo, al lado de lagartijos y fifies.

En este tímido retrato, Vargas descubre un microcosmos, que al sumarse a otros forma el macrocosmos, la Ciudad de México que cabe en un pequeño cuadro o en 32 páginas de una historieta.

Esa es la misma ciudad que aparece en La Familia Burrón, la chica con vestimenta y calzado al estilo del charleston pudo haber sido la aristócrata señorita Borola Tacuche, y el hombre con sombrero de bombín, zapatos de dos tonos, el joven Regino Burrón.

Una pareja que tiene un encuentro amoroso, a pesar de que ella es una aristócrata y él un hombre humilde, y que logran cristalizar su amor a pesar del rechazo de la tía milloneta y de percepciones opuestas acerca de la vida, la conservadora de Regino, contra la rebelde y autogestiva de Borola.

Un matrimonio que vive en el callejón del Cuajo, en una vecindad de las antiguas, cuando había quinto patio, como cantó Emilio Tuero, y que ahora ha sido sustituida por un condominio de quinto piso.

Las imágenes de la ciudad en La Familia Burrón, cuyo primer número apareció en 1948, reproducen diversos espacios urbanos, lo mismo las mansiones de chorromillonarios como la tía Cristeta o la familia de los Tinoco, cuyo junior, el Tractor, es un populista amigo de la familia Burrón, hasta los barrios más marginales donde vive, en una pocilga, don Briagoberto Memelas y su amada, la Divina Chuy.

La ciudad es una enorme vecindad, con parques y alamedas, con hoteles de paso para los moradores sin casa, como Ruperto Tacuche.

En la comedia humana que reproduce don Gabriel está inmersa la tragicomedia mexicana, la estética de lo cotidiano, la microhistoria de la vida de vecindad, bajo el infierno y el cielo de México-Tenochtitlan, y que en pleno siglo XX es trazado con tinta china, de la de entonces, no de la de fayuca de hoy en día.

Además de la risa y el sarcasmo, debemos al trabajo de Vargas el conocimiento de un país que ha ido cambiando poco a poquito, aunque al final se mantiene igual.

La ciudad que trazó Varguitas es una urbe con su propio dialecto, con un lenguaje chilango, un poco furris, un poco elegante.

Ese microcosmos, convertido en la más grande ciudad del mundo, permitió a Vargas tener argumentos durante cerca de mil números y más de ciento veinte mil dibujos; una serie que terminó hace unos pocos meses, y que fue el anuncio definitivo del fin de la historieta.

Conocer la historia de la ciudad, tiene a Vargas como referente indiscutible, pues nos legó un retrato de la vida cotidiana, la pasión y muerte de los mexicanos; nos heredó, también, el aspecto sicológico de los chilangos, las penas, preocupaciones, dolores, alegrías, felicidad.

La obra ulterior de Gabriel Vargas puede entenderse mejor con ese primer dibujo, donde emociona el trazo inocente de un joven que ocho décadas después sigue influyendo en la vida mexicana, sobre todo en esos años cuando llegó a vender, semanalmente, medio millón de ejemplares de La Familia Burrón, lo que significaban dos millones de lectores.
Y si el fin de La Familia Burrón y ahora la muerte de su creador marcan el fin de la historieta, no es el fin de historia, mucho menos de la vida; es la oportunidad de entendernos mejor gracias a la caricatura.
Tal vez aun no se entiende que la caricatura es algo muy serio. Basta ver la obra de Vargas, para entender cuánto debemos a este genio mexicano por su obra.
Vargas se murió, La Familia Burrón también.
El eximio vate, Hugo Gutiérrez Vega, colega de Avelino Pilongano, escribió una Oda a Borola Tacuche, que concluye con una de las grandes verdades que sólo la poesía puede dar: “Sigue en esta ciudad, fuerte señora,/ pues pase lo que pase/ la vecindad enorme,/ México-Tenochtitlan, seguirá en pie/ y este su sueño ilustre seguirá bailoteando el Cuchichí”.

http://impreso.milenio.com/node/8775306,

miércoles, 8 de junio de 2011

Guadalupe Posada murió en el olvido y abandono

08 de junio de 2011 • 09:22
El artista mexicano José Guadalupe Posada, creador de las populares calaveras y caricaturista satírico de los últimos años del Gobierno de Porfirio Diaz (1830-1915) murió en el olvido y sus restos, hoy perdidos, fueron enterrados en una fosa común, dijo a Efe el historiador Agustín Sánchez.

"Posada (1852-1913), que dibujo y grabó miles de caricaturas de los mexicanos, murió de alcoholismo, solo, abandonado, tirado en un cuarto en el barrio de Tepito. Su esposa e hijo habían muerto, y los restos del artista que había popularizado las calaveras, quedaron perdidos para siempre", explicó el experto.

Sánchez, quien recordó diversos aspectos de la vida de este "artista genial" en el artículo "Posada, una historia del montón" publicada en la última edición de la revista Relatos e Historias de México, explicó a Efe que Diego Rivera creó una gran cantidad de mitos en torno a Posada.

Rivera aseguró que Posada fue el precursor del muralismo y del nacionalismo en el arte mexicano, dijo que fue un revolucionario antiporfirista y lo relacionó con los hermanos Flores Magon, un grupo de anarcosindicalistas que formaron una corriente importante en la Revolución Mexicana.

"La verdad es otra, Posada era un liberal no militante que con sus caricaturas a veces criticaba, a veces elogiaba a Porfirio Díaz, al igual que a todos los participantes del sistema político y de los revolucionarios", afirmó Sánchez.

El historiador explicó que Rivera y otros artistas convirtieron a Posada en un icono de izquierda y precursor de la Revolución mexicana.

Negó su relación con los hermanos Flores Magón y calificó de erróneo que haya participado en los periódicos publicados por estos anarquistas como fueron El Ahuizote o El hijo del Ahuizote de los Flores Magón.

"Lo más probable es que ni siguiera los haya conocido", dijo el historiador, quien escribió un estudio sobre el artista (Posada, editorial Martínez Roca, 2008).

Indicó que uno de los aspectos más conocidos del grabador son las ilustraciones sobre diversas noticias de sangre, descritas en verso, que mostraban el aspecto violento del México de finales del siglo XIX y principios del XX.

En esas hojas que se vendían en las calles y eran pregonadas a gritos por los vendedores, Posada describió los corridos populares, los crímenes pasionales, las historias de aparecidos y milagros.

"Posada captó y desarrolló artísticamente los sucesos que ocurrían a su alrededor sin discriminar temas o personajes. Todo lo que veía era motivo para él, todo era digno de ilustrarse y mostrarse al mundo", señaló Sánchez.

En sus obras aparecieron las caricaturas de políticos, revolucionarios, borrachos, bandoleros, charros, toreros y personajes de la aristocracia y burguesía porfiriana, llamados catrines.

Posada también popularizó las famosas calaveras, que acompañaban a versos sobre la supuesta muerte de personajes famosos vivos y que eran ilustrados con las figuras de esqueletos con algunas características fisonómicas del personaje retratado.

Sánchez explicó que estas calaveras, que se dibujan en la Festividad de Muertos, el 1 y 2 de noviembre, proceden de la creencia prehispánica que se adaptó al sentir del mexicano y que fue reforzada por obras teatrales como el Juan Tenorio de José Zorrilla.

Sánchez indicó que uno de los mitos fue el de la recreación del personaje "La Catrina" que representa a la muerte y que fue bautizada con ese nombre por Diego Rivera en su mural "Sueño de una tarde dominical en la alameda", donde aparece la muerte lujosamente vestida.

Originalmente, este personaje había aparecido en una publicación de Posada y era llamada "india garbancera", como una burla a las personas que buscan imitar a los ricos en su apariencia y reniegan de su propia raza, herencia y cultura.

Sánchez indicó que al menos la mitad de la obra de Posada permanece perdida y es uno de los artistas populares más conocidos que nunca ha recibido un homenaje.

Posada es el gran artista que dejó un retrato de México en el paso del siglo XIX al XX, que no ha sido valorado en su auténtica dimensión, un crítico social que nunca cayó en el panfleto, y es necesario redescubrirlo y despojarlo de su mitificación, dijo el historiador.

martes, 7 de junio de 2011

Caricaturas que despertaron conciencias

6 Junio, 2011 - 13:12 | Boletin no. 579 |
Caricaturas que despertaron conciencias

la expo “La Caricatura de México en el Siglo XIX” permanecerá hasta el 24 de junio en el MUPAG

Por: Agustín Sánchez González, Investigador del Instituto Nacional de Bellas Artes.

Durante la segunda mitad del siglo XIX se sucede el momento de mayor esplendor de la caricatura mexicana. En esa época abundaron, como nunca más ha sucedido, las publicaciones de humor y caricatura, pero además, la calidad de los artistas en esos días, no tiene parangón.

La historia de la caricatura en México comenzó en 1826, al aparecer en la revista “El Iris”, un cartón llamado "Tiranía", atribuido a Claudio Linati, que ha sido considerado como la primera caricatura política publicada en nuestro país.

Linati llegó a México en 1825 y fue el introductor de la litografía y fundador, junto con el poeta cubano José María Heredia y su paisano Florencio Galli, de El Iris, que destacó por su posición política republicana y su rechazo a la monarquía, que recientemente había fracasado con el imperio de Agustín de Iturbide (1822-23).

Luego de este arranque, Picheta, seudónimo de Vicente Gahona, continuó la tradición en Mérida, a través de las páginas del “Don Bulle Bulle” y de “La Burla”. En las décadas de los años 40 y 50 destacan también las caricaturas publicadas en “La Calavera” (1847), “El Tío Nonilla” (1849-51), “El Gallo Pitagórico” (Columna de sátira política del periódico Siglo XIX editado en forma de libro en 1845, primera edición y 1857, segunda edición) y “La Pata de Cabra” (1856-65).



La época de oro

Después viene la época de oro, con el padre de la caricatura, Constantino Escalante, y un grupo de geniales artistas como Santiago Hernández, Alejandro Casarín, Jesús T. Alamilla y José María Villasana en los años 60 y 70 en los periódicos “La Orquesta”, “El Cascabel”, “Juan Diego”, “San Baltasar”, “El Padre Cobos”, “El Palo de Ciego” y “El Ahuizote”.

Este último, junto con “La Orquesta”, son los periódicos emblemáticos de una época en que la caricatura tuvo su momento dorado. Durante el Porfiriato resalta la actividad crítica de dibujantes como Daniel Cabrera o Jesús Martínez Carrión y en los periódicos “La Cantárida”, “El Quijote”, “La Patria Festiva”; “El Hijo del Ahuizote”, “El Ahuizote Jacobino” (1904-05) y “El Colmillo Público”, entre muchísimos más.

En la última década del siglo XIX destaca la presencia del genial José Guadalupe Posada, como un puente al siglo XX, aunque desde 1871 ya hacia caricatura en su natal Aguascalientes.

La ruta de “La Tiranía” fue el camino que continuaron, en más de un sentido, grandes artistas como Constantino Escalante, Santiago Hernández, José María Villasana, Jesús Alamilla y José Guadalupe Posada, grandes genios de las artes plásticas aquí presentes en esta exposición con uno o más de sus trabajos.



Momentos históricos.

El Siglo XIX es un momento histórico de busca y encuentro con el propio país, con momentos de gran libertad, como en el juarismo, capaz de desacralizar y golpear sin temor al poder. Estas caricaturas, son cuadros, retratos de un México que apenas comenzamos a descubrir. Y es que hasta hace poco tiempo, prácticamente nadie había volteado los ojos a la caricatura para entender este país.

Una de las bondades de la exposición: “La Caricatura de México en el Siglo XIX” que actualmente se presenta en el MUPAG, Museo del periodismo y las Artes Gráficas o “Casa de los Perros”, es mirar al México del siglo XIX sin trampas, sin escenografías de poder, desnudo, a través de las caricaturas.

Una de las verdades más terribles para la memoria del mundo, es la desaparición de las imágenes producidas por el hombre. En este ámbito, un gran porcentaje de caricaturas, realizadas en estos dos siglos, se encuentran perdidas ya para siempre.



La caricatura, no es sólo cosa de monitos.

La caricatura es un arte efímero, realizado para el momento y no para la historia; sin embargo, enfrentarnos a estas caricaturas es como llegar a un oasis o es cambiar de lente y observar de otra manera. La caricatura es una forma muy seria de ver la historia, pero también es una lectura del costumbrismo, del humor, de las artes plásticas, del periodismo, una amplia mirada para ver lo que somos.

Los caricaturistas que encontramos en esta muestra vierten su opinión de lo que miran directamente sobre lo que dibujan. Sus trazos son líneas análogas a la realidad. Los caricaturistas desnudan lo visto, basan su trabajo en personajes públicos y situaciones cotidianas.

En México se han realizado muy pocas exposiciones de caricaturas, pues el material de otras épocas es muy escaso; por lo que las paredes de este Museo vuelven a portar con orgullo un trabajo de gran calidad.

Esta muestra es, también, un reconocimiento a un jalisciense distinguido: don José Guadalupe Zuno, caricaturista, además de tener muchas otras facetas, y quien es uno de los primeros estudiosos de la caricatura, por lo que merece ser recordado, dadas sus aportaciones en este campo. La caricatura es una lectura diferente de nuestra vida; esta es una muestra que además de mantener sus propias virtudes estéticas, es una lectura diferente de nuestra historia.

El Museo Casa de Carranza exhibe, por primera vez, el mayor número de caricaturas dedicadas al varón de Cuatro Ciénegas

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